Caminar o no caminar…
esa es la cuestión
Texto: Gustavo
Obra: Alina Kiliwa
Hace unas semanas escuchaba por ahí que los libros digitales van a sustituir a los libros impresos. En las tabletas o en pequeños dispositivos llamados, “Kindle” tienen la capacidad de guardar miles de libros y si vas de viaje a otro lugar, ya no tendrás que llevar tus veinte libros en la maleta sino que en ese mismo dispositivo puedes transportar los libros digitales que quisieras leer para ir con un equipaje más ligero. Incluso, las personas que están a favor de los libros digitales-que se llaman a sí mismos innovadores y les llaman a los detractores, conservadores- piensan que no hay tantas diferencia cuando se subraya, garabatea en un libro impreso a un libro digital, que dicho de sea paso, el lápiz hecho especialmente para Tablet, se tiene que comprar aparte por una módica cantidad de 2000 mil pesos.
El arte no se ha salvado, más bien se ha “tenido que adaptar” a la vorágine tecnológica en el que, por ejemplo, ya es posible visitar un museo sin la necesidad de salir de tu casa, con tan solo un click puedes hacer un recorrido virtual de las salas. El museo, que tiene en un principio la cualidad de encerrar las obras de arte y conservarlas hasta sus últimas consecuencias (sino habría que preguntarle a la Mona Lisa que se ha convertido en un objeto fetiche) ahora imaginemos, como si se tratara de un obra surrealista, la posibilidad de visitar la Mona Lisa desde la comodidad de tu Starbucks favorito. Los liberales, innovadores, estarían seguramente, echando campanas al vuelo con un slogan surgido desde el duodécimo piso de una oficina creativa de la lujosa colonia Santa Fe o Interlomas: “Con los museos virtuales, gente de todo el mundo, de todas las clases sociales pueden visitar el Museo del Louvre, no importa si estás en San Cristobal de las Casas, Monterrey o una de las colonias más peligrosas del Estado de México, visitar el prestigioso museo está al alcance de un click”. Caminar parece ser una alternativa de resistencia ante la sedación tecnológica que estamos presenciando y experimentando, aunque sería peligroso suponer que caminar los domingos en Reforma, visitar galerías de arte independiente, explorar el parque de tu colonia, o viajar a pueblos mágicos es el contrapeso indicado. Sería una solución conformista.
Estos fenómenos progresistas que no entendería un conservador como yo, han impactado invariablemente en actividades tan mundanas y necesarias, por ejemplo, como ir al baño. Ya en algunos baños públicos no es necesario jalarle al baño, sino que hay un sensor automático que “sabe” cuando se ha depositado en el inodoro algún desecho humano. Algo similar ha sucedido con los teléfonos, todavía cuando yo era niño existían los teléfonos de rueditas donde la persona podría tardar de 5 segundos a un minuto en marcar el número dependiendo de la destreza de cada uno. Hoy en día, con la ayuda de la inteligencia artificial que en algunos dispositivos tiene la voz de una mujer, puede marcarle a la otra persona con tan sólo una orden del usuario.
Alina es una artista, rotulista y/o letrista que realiza murales en puntos específicos de la Ciudad de México. Estos murales no van a ser encontrados en calles o avenidas principales, se diría más bien que están en "colonias populares" o “nacas” (con la excepción del murales que ha realizado en el Centro y Condesa)donde la gente pensaría dos veces antes de explorar el espacio, no con la excusa de que sean peligrosas, sino porque la gente argumentaría que “no hay nada interesante que ver”. Páginas como Trip Advisor, Yelp, Donde ir, Chilango, han generado una suerte de turismo super-ultra-mega.light donde se le informa a la gente los eventos de moda y crean en el espectador una visión parcial de la ciudad.
La posibilidad que se abre, ante el pesimista y conservador pensamiento que poseo yo, es caminar en colonias, espacios, calles que han sido poco explorados y utilizar los sentidos como la mayor herramienta que tenemos para desdoblar los secretos que subyacen. Si se logran ampliar los sentidos, el caminante puede encontrar una riqueza de elementos en una calle: desde un sticker, un paste up, graffitis amateurs, o muralistas que prefieren estar lo más lejos posible de los selfies. Tal es el caso de Alina, que en experiencia propia me recuerda a los rótulos que eran más comunes encontrar en mi infancia cuando iba al puesto de helados o a la cerrajería. Sin duda, el rotulismo, vive un problema similar al de los libros impresos ya que en ocasiones, por temas de dinero, rapidez de instalación o por simple moda mercadológica, el rotulismo se ha vuelto una práctica artística que parece agonizar. Todavía en algunas “colonias populares” se encuentran anuncios hechos a mano y con su debido tiempo de realización. En cambio, cuando se camina en una zona turística, los negocios optan por impresiones digitales o en su defecto, docenas de pantallas LED.