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Artista: Beth Frey

Texto: El Ema

Fuera de lugar

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Comenzar de nuevo no es tan extraño como parece. Algunos dan vueltas al asunto y hacen que parezca sumamente determinante el sitio donde laboras, disfrutas, lloras y maldices. Puede llegar a ser intimidante cuando se lleva a cabo la posibilidad de cambiar, de moverse de lugar, es verdad, los cuerpos se adaptan al lugar donde Dios los disponga pero Él no nos creó para que fuéramos nómadas. Estamos expuestos a un sin fin de cambios  todos los días, nunca son iguales, algunas nos espantan, muchos nos violentan, pocas nos acarician. Al final, no nos queda de otra más que acostumbrarnos. Cambiarse de lugar puede ser divertido o ¿no? 

Voy dejarlo todo, me dije a mí mismo al despertar,  fue una llamarada interna, de un lugar insospechado donde probablemente comprometía mi propia seguridad de quedarme en el “área de confort” ¿Cuáles eran mis seguridades? Objetivos burdos que todos quieren en la vida, un título universitario, un salario mínimo, un hijo, yo que sé. Tomé un vestuario apropiado para la ocasión, un “outfit” que fuese fuera de lo común de lo que normalmente la gente de aquí se pone cuando sale a la calle. Los lugareños pensarían: “¿de qué parte de provincia viene este joven?”

 

Salí de casa sin pensarlo mucho y nunca más volví, me fue imposible.

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Nunca se pierde todo contacto con tu lugar de origen, sería inútil negar mis tardes en casa abrazado del sillón o ver las caras largas de algún extraño- a pesar de haberlo visto de lunes a viernes durante varios años- en el trabajo. Beth siempre me lo recuerda, ella me entiende, el otro día me encontró y terminó por reírse mucho con mi historia de los globos. Entonces ella dibujó. Los colores que ella plasmó son los colores que veo yo cuando ya no importa nada. Un globo feliz y otro triste y yo riéndome de los globos que se quedarán así para siempre, al menos en mi memoria. Beth me preguntó si los globos hablaban y le contesté que sí, pero a través del color. 

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Pasan segundos y el cerebro no lo entiende, las semanas pueden llegar a aburrir, pero los años se notan. A veces intento recordar pequeños detalles a lo que estaba acostumbrado, el antes y el después se nota en uno mismo más allá del transporte que ocupé o el sitio al que llegué, mi mente compara rostros, actitudes, el tiempo se siente diferente y mi rostro se difumina. Fresas, labial y sangre, recuerdo también las razones por las que decidí largarme, en el fondo fue voluntario y veo todo más positivamente. A veces me siento solo, pero aquí puedo ir a la playa. El otro día compré un par de globos amarillos y me acosté en la arena a esperar a alguien. Lo esperaba con paciencia, podía ser un hombre o una mujer, no importaba su procedencia, tenía la percepción de que a ese alguien no le importara de dónde venía yo. Por mientras, disfrutaba mucho de la brisa en mi rostro, la arena en mis pies y el cielo azul, de pronto uno de los globos comenzó a desinflarse hasta que terminó por caer a un costado mío. No fue triste, al contrario, fue sumamente divertido ver cómo el globo perdía poco a poco las ganas de flotar sobre mi cabeza, en ese momento supe que nadie llegaría a hacerme compañía.

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Cuando concluía una larga jornada de trabajo y regresaba exhausto, Beth se tomaba el tiempo para escuchar mis tontas historias, aún estando tan lejos el uno del otro, entiende perfectamente esos escenarios, se toma el tiempo para ilustrarlos, estamos conectados. No hay necesidad de hablar, mi tristeza es su tristeza, mi embriaguez es su embriaguez, mi nostalgia es su nostalgia. Te muestro algunos de ellos para que también notes lo divertido que puede llegar a ser llorar y maldecir con una sonrisa, la misma que cambia el aspecto de cualquier escenario sin importar lo fragmentado o distorsionado que pueda parecer, lejos de cualquier ruido que no sea el que habitualmente tengo en la cabeza. 

Se notan aquellos colores que definen el lugar de origen de Beth, no encuentras esos colores por acá, cada pincelada es casi un recuerdo que tiene una urgencia por salir. Un espacio se siente tan verde como estar sentado en una tarde de Otoño en la ciudad de Montreal, una fresa tan rica que parece traída de  algún campo recóndito de Sudamérica. Cuando miro los oleos de Beth me veo obligado a abandonar mi tiempo. Estoy dentro del cuadro de Beth y las personas que viven en ese espacio son extranjeros. 

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Beth me habla de vez en cuando, dice que estoy detrás de algún bellísimo paisaje que ella pintó.  Me voy a quedar aquí para siempre, puede que pienses que es una desgracia, pero no creo que sea realmente triste si disfruto de aquello que empiezo a ser. Nuevos paisajes, sonidos y colores se definirán en mí hasta que ya no me reconozca y me mezcle con los colores que ha imaginado Beth. Comenzar de cero es la mejor parte, presentarme como alguien distinto al que estaba convencido que sería hasta mi muerte y jugar a ser alguien más.  

 

De ahora en adelante, el cuadro de Beth es mi hogar. 

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