

Obra: FRANCIS BACON
mierda
tengo cinco años, tal vez esté cerca de cumplir seis, estoy en la escalera de salida del colegio, quizá esperando que me lleven a casa, tengo los calzones llenos de mierda, puedo olerlo, debieron poder olerlo los demás, sólo estoy con un chico de mi salón, sergio, un niño de cejas tupidas que en mi mente es un destructor, “destroyer”, como solía llamarme mi padre durante un tiempo. estoy esperando que pasen por mí y me lleven a casa, no sé a quién espero. juego con sergio, sentados en las escaleras y pretendo no moverme mucho, pues cada movimiento que hago deja escapar un poco del olor a mierda entre mi piel y mis calzones.
hay olores que nos permiten quitar de encima el olor a putrefacción que a veces de nosotros emana, me refiero a las drogas que requerimos para imponer sobre nosotros un olor diferente, completamente ajeno a nosotros, para dejar de oler lo que se pudre dentro.
bacon deja claro que sus retratos toman elementos de ambas partes, la realidad que compartimos, o los rastros de ellas que se cuelan a la mierda que llevamos con nosotros cargando todos los días, ese repugnante olor que a veces no podemos evitar salga, que los otros reconozcan y den un paso atrás, lejos de nosotros.






mis padres trabajan todo el día, no sé quién me recogía entonces del colegio, sigo esperando a que pasen por mí y mientras juego no sé qué con una pelota que para mi suerte huele intensamente a plástico, supongo que justifico el olor a mierda con ello y sergio decide creerme porque sigue jugando conmigo, o quizá no sepa qué hacer con alguien que huele a mierda, los padres no enseñan eso en casa.
alguien llegó por mí, me levantó y seguramente percibió el olor a mierda, pero de eso no puedo recordar nada, yo me aferraba a mi pelota de plástico. mientras jugaba con sergio recuerdo bien la necesidad de hacer del baño, sentí ese impulso vital, corporal que empuja desde adentro y que pega directo en el ano, entonces apreté con fuerza y el impulso cesó, seguí jugando. el impulso volvió, lo pude sentir previo al empuje final, entonces volví a apretar el esfínter y me quedé quieto dejando la pelota pasar, porque si me movía la mierda encontraría salida fácilmente. el impulso pasó pero dejó una sensación extraña, una mezcla de alivio y presencia. seguí jugando con la pelota que olía intensamente a plástico, nos íbamos quedando solos sergio y yo, porque nadie llegaba a recogernos, los demás niños se iban cargando sus mochilas enormes, subían las escaleras y salían tras ese portón negro, también enorme.
me gustaría insistir en la cualidad de las drogas para ofrecer al menos dos perspectivas de un mismo fenómeno, de una misma realidad, de un mismo cuerpo. las drogas son en esencia un potencializador, una exponencial, al mismo tiempo un revelador que da cuenta de todo aquello que no queremos ver, o incluso, que no se nos está permitido ver, o en su opuesto, de aquello que preferimos no mostrar y sería mejor esconder, las drogas nos permiten hacerlo incluso de nosotros mismos. ya sé que quienes se drogan dirán “yo lo hago porque sí y a la mierda lo demás”. no puedo discutirlo.


bacon hace más que explícita la relación cercana entre nuestra olor a mierda, a descomposición y la supuesta tiranía del equilibrio, la supuesta realidad en la que debemos vivir cada uno de nuestros días, veo en las formas de los rostros, intentos, desesperaciones, dolor, agresión, dudas, vilezas, intentos de mezclarse con el rostro perfecto, con la sonrisa que se demanda al entrar.