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Dos experiencias con las drogas.

Los saluda el Editor!

En este momento me encuentro indispuesto para escribir el manifiesto ya que en esta edición de drogas me he tomado muy enserio la tarea de experimentar con la variedad de drogas que provee el mercado legal e ilegal. Son tantas que he perdido la cuenta de las sustancias que me he metido, espero que no tenga consecuencias a largo plazo y termine afectando mi funcionamiento cerebral como les pasó a los editores de Vice o peor aún, que termine escribiendo artículos sobre drogas al estilo Cultura Colectiva. Es por ello, que les dejo este manifiesto a Dávila Onofre y a Gustavo que han participado de manera muy insistente en los artículos de la revista.

 

Por último, les recuerdo que Inverösímil no está en contra de las drogas y tampoco en favor de las drogas porque el coral blanco o el ambiente que estamos manejando, lo estamos contaminando de una manera inigmi, i, im, inimigablemente, inig, inigmante. Esto quiere decir, Ramirez ¿qué muestra? ¿qué muestra? ahorita te digo si es o no es. Tranquila, tranquiiilaaaa, Ramirez, tarda en hacer efecto, AHORITA VEMOS QUÉ PEDO, UFF, SANTA MADRE AHORITA VEMOS QUÉ PEDOO, QUÉ PEDAL QUÉ ROLLO, QUÉ PEDO PINCHE PABLOOO! te dicen que está bien, no es cierto, no hagas caso no es cierto, Vive sin droogaaas. ALV!

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Primer testimonio:

Dávila Onofre.

Vivir y drogarse es igual

Tenía un par de amigas en la secundaria que intercambiaban notas mientras los profesores se esmeraban para que aprendiéramos cosas “útiles” con el fin de que la realidad nos pareciera importante, para que supiéramos cómo afrontarla. Mis amigas se sentaban lejos de una de la otra al menos lo suficiente para no poder pasar sus notas de mano en mano, pero tampoco deseaban que otros vieran lo que ellas escribían, que se enteraran los demás de sus secretos.  Muchos-incluido yo- queríamos enterarnos porque se trataba de una realidad a la que no teníamos acceso, y eso bien valía la pena. 

Crearon un código secreto entre ellas, una especie de lenguaje codificado que les permitía escribir sin reservas, se trataba de palabras nuevas y sin aparente sentido, o bien con uno que no decía nada. El tiempo pasó y comencé a darme cuenta de que las personas o bien escondemos algo de la realidad, o no podemos entender eso que la realidad nos presenta.  Como mis amigas de la infancia, los seres humanos creamos códigos y diversas estrategias para deformar o bien para entender la realidad, o al menos sentir que la comprendemos. Las drogas son una posibilidad para alterar la realidad, o bien para poderla percibir de otra manera y que los demás no se enteren. Pienso en las drogas no sólo como las sustancias estigmatizadas en esta región del mundo, sino también en otros elementos que de cierta manera nos ayudan a transformar la realidad o bien a verla sin los filtros que a lo largo de los años nos hemos dedicado a construir.

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Las drogas permitirían que este texto se percibiera de otra manera, que lo que escucho en realidad signifique otra cosa, pero lo que más me intriga es si aquello que escuchamos, vemos, percibimos es la realidad o son las drogas permanentes las que no nos permiten percibir la realidad, como dentro de una cueva. Y entonces son las sustancias las que nos permiten ver la realidad, y muchos recordarán la Matrix, pero yo me refiero no a una idea totalitaria de un mundo completo afuera de éste sino una serie de deformaciones que son convenientes, desde varios puntos de vista, y que se acomodan de tal manera para beneficiar a algunos, o simplemente consumimos las drogas para quizá soportar este mundo que no es de otra manera más que de la forma en que se ve, sin lógica ni sentido más que capitalista, repleto de emociones no digeribles, que nos desbordan y preferimos aislarnos a como dé lugar de todo ello. Todos hemos encontrado tanto en sustancias, como acciones, emociones, talentos, una manera de alterar nuestra percepción del mundo que nos rodea. De eso tratan las drogas ¿no? 

Entre las drogas más comunes de nuestro tiempo están las sintéticas, las naturales, el éxito, y el trabajo, el entretenimiento, el cine, las redes, el amor y el conocimiento. Tal vez las drogas son el motor del mundo que no es más que un escenario vacío que nos encargamos de llenar para actuar  aquello que hemos decidido llamar: VIVIR.

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Segundo testimonio:

Gustavo.

Papá alcohólico, hijo alcohólico

Mi experiencia con las drogas se remonta cuando tenía cinco años. Es de madrugada. Mi madre maneja un Cavalier y mi padre en estado alcohólico se balancea de un lado a otro. Yo estoy en el asiento de atrás. Él  está dormido pero es evidente que no tiene control de su cuerpo. Mi madre tiene que hacer la doble función de manejar y empujar a mi padre de vuelta a su asiento. Yo no sé qué hacer. Me quedo callado. Me fijo en el camino para saber cuánto tiempo falta para llegar al departamento. El carro se detiene por la luz roja del semáforo. Mi madre y yo no decimos nada. Mi padre ronca. El miedo que tengo en ese instante hace que el tiempo se haga más lento.Llegamos al estacionamiento y para entrar al departamento hay que caminar unos metros y después subir a un cuarto piso. Sigo a mi mamá en el camino, subo las escaleras y rápidamente me encierro en mi cuarto. Escucho a mi padre entrar. Se hizo costumbre-cada vez que mi padre se ponía muy borracho- que mi padre durmiera las siguientes noches en el sofá. 

Durante mi infancia asocié el alcohol como una sustancia peligrosa que hace cambiar a las personas, particularmente, veía en las fiestas que asistía con mis padres, que el alcohol era el ingrediente principal de las reuniones. Tiempo después descubrí que en efecto, esa sustancia liquida tenía poderes mágicos que alteraban la percepción de la realidad, con la diferencia que mis padres ya no estaban presentes en esas fiestas sino que eran mis amigos y yo que hacíamos mezclas extrañas para encontrar la bebida que nos pusiera borrachos en el menor tiempo posible ¿por qué bebíamos tanto? En mi caso, dependía de la ocasión: algunas veces lo hacía para tomar valor y poder bailar sin sentirme terriblemente avergonzado, otras veces, lo hacía para besar a una chica que me agradaba pero probablemente, en la mayoría de los casos, el alcohol me permitía adormecer-temporalmente- mis pensamientos que rebasaban mi comprensión. También experimenté los efectos negativos del alcohol donde los límites entre la fantasía y la realidad se diluyen: confusión, discusiones, vómito, malentendidos, excesos de velocidad y relaciones tortuosas. De a poco, fui medianamente comprendiendo los malestares que padecía mi padre y que con la ayuda del alcohol, le ayudaba a disminuir  su sufrimiento crónico. 

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Es bien sabido que el alcohol es una sustancia altamente adictiva y que es vendida de manera legal. Se han hecho múltiples campañas de prevención para que los jóvenes no la ingieran. Han fracasado. No solo han fracasado en el tema del alcohol, algo similar ha sucedido con el cannabis, con el consumo del refresco, cigarro, etc. Me atrevo a decir que uno de los factores por las que no han funcionado se debe al tinte moralista que se le ha impregnado. Campañas de todo tipo, desde una animación de una florecita cantando para que los preadolescentes no se droguen hasta imágenes grotescas de fetos pudriéndose en las cajetillas de cigarros. Si a mi padre le hubiesen puesto en su botella de Bacardi una imagen donde estaba el acta de divorcio entre él y mi madre, no estoy seguro de que él se hubiera detenido. Por fortuna, la conciencia no es tan simple como para dejarse influir por una imagen generadora de culpa. 

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En la juventud, la droga legal lo ligaba con el placer/culpa mientras que la droga ilegal tenía la dualidad de misterio/peligro. Ya para esa época mi padre y mi madre se habían separado así que sin darme cuenta, notaba que el alcohol no era suficiente para dominar el caos de mi cabeza así que opte por probar la marihuana, la cocaína e incluso en algún momento pensé que la mejor opción sería ir con un Psiquiatra que me administrara una dosis diaria de antidepresivos hasta el fin de mis días. Sin embargo, en contra de todo pronóstico, comencé a disminuir el consumo del alcohol, ya no encontraba el mismo efecto que me producía antes cuando me ponía muy ansioso. No utilicé una palabra mágica o no fue gracias a una terapia de hipnosis, simplemente me detuve a pensar. El pensamiento acarrea el dolor y también notaba que en esta sociedad el dolor tiene una connotación negativa. También hay quien dice que las drogas pueden llevar a otros niveles de conciencia, a mí eso nunca me ha sucedido. Muchas compañías se han aferrado a esa idea para promocionar su marca. Se me viene a la cabeza la famosa marca Johnny Walker con su slogan: Keep Walking. Incluso han utilizado el mito de Sísifo para convencernos que el alcohol puede darte una sabiduría sobrehumana que Sísifo ni el escritor francés Albert Camus pudieron alcanzar. En la marihuana, los defensores de la sustancia se han asociado con científicos para convencernos que el uso lúdico de la marihuana tiene efectos benéficos en cuerpo y alma. Poco se habla de las motivaciones que hay detrás de cada persona para que una persona tome la decisión de consumir una droga. Pero eso equivaldría a hablar de la subjetividad y en estos tiempos líquidos-a propósito de la modernidad líquida de Zygmunt Bauman- sería tratar de entender al ser humano como un ente único con una mente desprovista de voluntad en una sociedad permanentemente conflictuada con relaciones interpersonales complejas. Es poco factible que eso suceda teniendo en cuenta que a los ojos del Estado y del Mercado neoliberal nos hemos vuelto un pedazo de carne que busca la satisfacción inmediata con una solución ante ese “problema”, de manera inmediata. 

 

KEEP THINKING. 

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