La citadina
Artista: @amandinalaandina
Texto: Gio
Las escaleras eléctricas me dan miedo y la ciudad tiene miles de ellas.
En las torres corporativas o en los nuevos edificios del “Infonavit” para familias de clase media alta construyeron elevadores que los alzan hasta el cielo en unos cuantos segundos. Por otro lado, en lugares de dos o tres pisos a los ingenieros se les ocurrió crear escaleras eléctricas que resultaron ser la mejor opción: la mejor opción para alguien que en algún momento decidió que sus piernas no merecían el dolor que implica subir una docena y media de escalones para llegar a su lugar de destino lo más pronto posible.
Es más cómodo subir en escaleras eléctricas, pero me dan miedo, me da miedo que el peso de todas las personas que intentamos llegar un piso más arriba las venza y todos caigamos; me da miedo que mi agujeta se atore en ellas que no pueda zafarla a tiempo y todos esos engranes me trituren; me da miedo que se paren y la gente encerrada en su mundo comience a subir y me aplaste.
La ciudad está llena de cosas que hacen la vida más fácil: semáforos, alcantarillas, transporte público, plazas comerciales, distribuidores viales, tiendas de autoservicio en cada esquina, alumbrado público, escaleras eléctricas y un largo etcétera que nos hace ser más civilizados. La ciudad se abate a sí misma dice Amandina y la tristeza se despliega en las tonalidades azules de sus trazos porque todo aquello que se supone que hace de la ciudad un “lugar más habitable” es lo mismo que la destruye, que la derrumba.
En ocasiones tengo la oportunidad de evitar las escaleras eléctricas y subir los escalones, uno por uno. Prefiero sentir mi corazón agitarse al mismo tiempo que mi respiración y mis pantorrillas ardan hasta llegar al siguiente piso. Me hace sentir que un poco de esfuerzo vale la pena. A veces me gustaría dejar de ser la citadina, de poder evitar la conexión que tengo con las calles superpobladas, con el tránsito pesado y con la lluvia ácida, pero una ciudad no deja de ser ciudad por mucho que se llene de azoteas verdes.
La citadina llora ríos que nunca llegarán al mar y tiene miedo de la ciudad porque es sucia, maloliente, grosera e insegura, y sobre todo porque sabe que es un reflejo de ella. La citadina evita las escaleras eléctricas porque teme ser devorada por ellas y también porque aún tiene miedo de que la comodidad le quite la posibilidad de sentir el dolor que es lo único que la salva de fusionarse para siempre con las calles por las que tanto transita. La ciudad se atraganta con todo lo que encuentra en su camino, y al mismo tiempo se construyen edificios que acaben con el tiempo lo más pronto posible, porque el tiempo es oro.
Amandina nos muestra cómo la ciudad se apropia de nosotros hasta el punto de convertirnos en una imagen de ella: la citadina se abate a sí misma en una analogía dolorosa. No es la comodidad la que parece derribar a la citadina, no es esa necesidad de convertirse en un ser civilizado, la citadina se ve absorbida por el constante movimiento de la ciudad, por las luces que nunca se apagan y el ruido que no se detiene.
Desarmada, humillada, derrotada: abatida. La citadina sueña con deshacerse de la ciudad, descentralizar sus sensaciones y hacerse otros caudales, pero la ciudad es celosa, cuando se es citadina, difícilmente se llega a olvidar que lo eres. La ciudad siempre viaja contigo, aún en lugares lejanos, tranquilos -rurales-, una sigue siendo la citadina, la otra que escapa del ruido de los carros sin saber que su humo todavía se conserva en sus cabellos.
La ciudad, llena de vida, se alimenta del alma de la citadina. En el menor de los descuidos, la ciudad se transforma en esa escalera que falla y todos caen al vacío; nadie lo nota pero todos sucumben a los caprichos de la ciudad. La citadina se llena de ocupaciones, camina en la misma dirección que los demás, escucha por la fuerza lo mismo que los demás y desea poder comprar lo mismo que los demás, pero tiene miedo. La citadina busca escapar de la ciudad, pero se ha convertido en un fragmento de ella, una parte de esa unidad sin forma. La ciudad no pierde nada si la citadina se va, de todas maneras la lleva a dónde quiera que vaya. En todos lados tengo miedo de las escaleras eléctricas y en todos lados soy la citadina.