Hopper triste.
Recientemente recibí un regalo, un estuche para lentes forrado con una imagen de una pintura de Hopper, el pintor norteamericano. Recordé entonces en algunas de su pinturas, como ésta -Hotel room-, y tuve ese ligero presentimiento de reconocer algunos gestos de esas pinturas en lo cotidiano. Los que puedan ver la fatiga, o el desenfado, la tristeza o la indiferencia, en medio de tanto color, de la parafernalia que nos ofrece el mundo.
Puedo ver los mismo colores y los excéntricos hábitos que consumimos para formar parte, porque “nos gusta”, porque qué más haríamos de lo contrario, porque sí. Y no puedo menos que pensar en la profunda indiferencia del sujeto frente a sí mismo, qué decir del otro, del que pasa a su lado, del que está sumido en una profunda desesperación, o la desesperación cotidiana que implica la vida.
En la tristeza de Hopper, en el desenfado -si se prefiere- de sus personajes descubro la simpleza de la paradoja en la que habitamos, envueltos en la parafernalia de un mundo de luces -incluso una luz portátil en nuestros bolsillos- desenfadados de nuestro entorno, de nuestro ser. ¿Qué espacio resta entre la espectacularidad del deporte y la de los conflictos armados?, por ejemplo. Resta la simulación. Queda un cuarto de hotel y una mujer que lee con tristeza, desgano.